Ante las esquinas del miedo,
veo la cara de un ángel desnudo,
anunciando a “viva vocce”
la nueva lista de átomos.
Corre descalza la duda, rabiosa,
mientras toca los timbres
de portales vacíos sin piedad,
abriendo la boca de par en par.
El engranaje sigue girando
pero esta vez chilla,
inundándolo todo,
negándolo todo, olvidando.
Una sinfonía ciega
se despliega por la ciudad.
Un abismo.
Y los señores de terciopelo
toman el té con galletitas de cristal.
El lenguaje se da cuenta
y decide mirarse en el reflejo
de un cuchillo bien afilado
recordando la promesa,
aún no ejecutada, del silencio.
Se escucha un disparo
desdibujándose en la avenida principal.
No quedan municiones ni saliva.
Todo está sordo y quieto.
¿Ahora qué bailarán mis flores y preguntas?
¿Dónde cabalgarán las huellas impresas de la música virgen?
La caricia felina se enfrenta al hueco del espejo.
Y desaparece.
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