Una intuición iridiscente / que desenreda el golpe / que desarma el puño.
Ese brillo que llega tras el sosiego.
La luz que / aún lejana o ínfima / penetra sin duda en el aliento.
Todo eso ha llegado.
Ha abierto la puerta con el arrojo de una certeza no pronunciable
que se descubre a sí misma mientras se levanta la falda.
Qué placer que el findelmundo se prolongue como un rÍo,
como un orgasmo que te asfixia mientras irrumpe el siguiente,
un apocalipsis que explosiona dentro como cristal fino
propiciando tequieros inauditos
/ y adioses /
imprescindibles como el aire.
Seiscientos setenta y ocho millones, ochocientos cincuenta y ocho mil,
setecientas dieciocho lunas para llegar a estar
más cerca / más dentro / más atómicos.
Todo eso ha llegado.
Ha ocupado el sitio de la meticulosa vergüenza
y en su lugar ha dejado una manzana, un cuchillo y una duda.
Pero
si al deseo le siguen los pasos y las torpezas del lenguaje ciego /
si a la noche le invade un apetito voraz de limón y luz /
si al quiebre del silencio le corresponde el vértigo y un ladrido /
¿qué nos queda?
Romper la madrugada / con la efervescencia de la piel recién lamida,
rendirse ante las hormigas y la luna / otras mil veces,
dejarse aliviar tras la vestidura / rasgada en el regazo de las preguntas vagas
o de la semilla que se enciende,
ajena, como una luciérnaga.
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