Aparecen un buen día, como un navío cargado de posibilidades,
de nombres nuevos, de horizontes,
tesoros antiguos que guardan la promesa a descubrir.
Tiran el ancla en la orilla del desconcierto
y va desembarcando entidades con forma de conceptos,
que al pisar tierra se vuelven pregunta.
Una tras otra se acurrucan en un extraño desorden,
configurando una constelación que se toca en las aristas,
para dibujar su frontera, dar paso y sentido al “otro”.
Las dejo allí, amalgamándose.
Las observo, las voy identificando,
les voy encontrando gestos propios
y me empiezan a cubrir la mirada;
a nublarme.
Entonces llega la noche.
Con su sombra se diluyen los límites
y la exuberancia de la Epífrasis despliega sus alas elegantes,
el sagaz Dubitatio se pone su brillante máscara con dos caras,
el Quiasmo tiembla, ríe y llora a la vez
mientras el Oximorón por fin se arrebata y se desnuda.
Aparece rompiendo el silencio una musical Percusio,
y a su lado la Diáfora baila salvajemente con la delicada Epanadiplosis.
A todas ellas las abraza la exquisita Alegoría
dándoles una bendición de vida o muerte según el caso.
Llega un Epíteto tiránico tomado de la mano de la Elipsis,
cargando borracheras olvidadas,
y el Zeugma los mira a todos desde un mezquino rincón,
como guardando distancia de la fiesta que se extiende por mi isla.
Finalmente aparece el pródigo Clímax vestido de fuego ardiente,
y los invitados se acercan lentamente buscando su lugar,
como si de un nuevo sistema solar se tratara,
y en un paulatino respirar juntos, se silencian,
poco a poco, como esperando algo que late.
Desde el mar se vislumbra un reflejo.
Un ser de dos caras emerge cual Venus de siameses
y avanza hacia la multitud que celebra.
Son Metáfora y Metonimia que llegan
con un excéntrico traje mojado y dorado.
Sonríen y con esta irrupción del gesto más generoso,
todos aplauden y vitorean hacia el alba.
Pasan las horas, quizás años, quizás más.
La noche y el baile duran lo que uno pueda.
En mi cueva resuenan sus gritos, sus danzas, sus risas.
Las observo pletórica.
Es la fiesta retórica que alguna vez soñé.
Su visita efímera es una promesa,
y sé que al llegar el día nuevo, ellas, no estarán.
Quedará su eco, su estela, su silueta diluyéndose.
Y con eso, sus residuos,
haré castillos de arena, de humo, de preguntas,
con la misma certeza con que se derrumba todo,
cada vez que pretendes entender algo.
Deja una respuesta